miércoles, 28 de noviembre de 2007

Raices

RAMAS EN EL BOSQUE
LA HOJA DE VIDA: UN HISTORIA DE ALSI


EL GRAN ESPÍRITU DEL BOSQUE LOS ENVOLVIÓ CON SUS RAÍCES. EN SU TEMIBLE CANTO EL CLAMOR DE LAS BESTIAS RETORCIÓ LOS CORAZONES… LA FURIA DE LA MONTAÑA HABÍA DESPERTADO HASTA HACER QUE LA DIVINIDAD DEL CIELO RUGIERA… ENTONCES CAYERON LAS AVES DEL CIELO

BAJO SU MANO CURATIVA LO JUSTO FUE REENERGIZADO Y LO CORRUPTO PURGADO, A LOS OJOS CELESTES EL VERDOR CUASI PARDUZCO HIZO JIRONES DE CARNE DE PROFANACIÓN.

LA INTELIGENCIA DEL BOSQUE QUEDÓ REVALADA, LAS ALMAS QUE LA RODEABAN ROTAS…

...LOS OJOS DE LA ESFINGE... En las alturas vela por el mecenazgo de Vania, aquella quien sabe de la vida.

Las raíces se entornaron entorno a las altas cúpulas, siendo altas como el mismo cielo. Se abrazaron con las ramas de sus gemelos consanguíneos árboles y el cielo se cubrió de manto verde del titán montaña. Los orochi, aquella noche escucharon con fuerza su aliento. En las copas de altos enebros resonó el picoteo del carpintero.

Entre las ramas saltaban raudos un grupo de los llamados “acechantes serbal”. Con magistral arte emanado de su comunidad con el espíritu natura, al que se unía su entrenada agilidad, corrieron prestos a reunirse con la Dama del bronce.

Por su juramento el grupo de guerreros tenía encomendada en custodia la defensa de un tótem de tribu, un bastón de mando recogido por la última gran matriarca amazona. Las palabras de Vania esta vez eran sencillas.

En el viento del boreal los sacerdotes augures venían escuchando las instrucciones y la sílfide guardiana los guiaba hasta las cuevas venerables. Ante los ocres óxidos de las pinturas de las paredes el chamán, recitando sus plegarias al alma de la tierra, se envolvía en el manto de serpiente pétrea. A sus pies, sedente, reposaba calmada una esfinge de hermoso rostro y melena morena que caía sobre sus alas.

El chamán les entregó tres plumas y partieron como acordaron reunirse con los guardianes Aggelos Esther, Ricky B. y el general Antho.

Tras ellos la esfinge, que había seguido sus pasos sigilosamente, les miró por última vez y susurró un verso recitado en tono de canción de gesta...











ESCAMAS DE FLECHA.



Mientas en Laesencia, Esther preparaba junto a Mardoqueo y Alphonso un bálsamo y acto seguido impregnaban las flechas que les había pedido apenas dos días antes el general Antho. Nadie había preguntado por el destino del cargamento. La solicitud, que había traido la heraldo Ileana, se acompañaba de un sobre lacrado con instrucciones y sello de la Dama Roushe, de su forja de Ilean.

En los siguientes tres días un grupo de grifos de Sha recogerían la carga de flechas para reunirlas junto a otro diverso arsenal. Ante Esther se presentó sin compañía alguna la Dama Rosharyo cabalgando una hermosa cuádriga de pegasos y ribeteada con los estandartes de su linaje. Ésta la preguntó por el contenido del sobre, certificándole Esther su recepción y ejecución del mensaje. Mientras en las forjas los otecnólogos dispisieron también en otro paquete el forjado de hojas de metal crystalo asi como unas placas de armadura. Rosharyo se despidió, bajó al taller y tras recogerlo con su cuádriga y dos otecnólogos teleportó el metal y armó a sus pegasos con las placas disponiendo unas bardas.

...El susurro de la esfinge provocó un canto en el campanario...

En las altas torres de la catedral de Laesencia dos salamandras que envolvían el reloj principal saltaron de sus bases acompañadas por un terceto de gárgolas tetraladas y portando cada una alabardas, que descendieron ante la Dama Rosharyo y la escoltaron.
En el campanario otras tantas criaturas suplieron la posición como en un milimétrico cambio de guardia.

Antho, dentro de la catedral mascullaba con el prelado ciertos aspectos para que fusesn transmitidos al Patriarca del sínodo. A éste también se dirigía una una fina talla que Manu, el manwattara de mortales, había guardado desde los últimos incidentes en la ciudad tras la misión a que atendía. Cuatro Hermanas-paladín la recogieron y la dispusieron el el altar dispuesto a tal fin según los rituales consagrados en los cuatro días anteriores. El prelado también entregó a Antho el pergamino de que le advirtió.

Antho salió de la catedral rumbo a Campo de Ilean, donde estaban destacadas sus tropas con mando de Laurisilva. Como fuera dicho que ésta hiciera la arenga sobre las tropas, llegado Antho marcharon hasta las franjas del Bosque de Ilovleo, distando dos días de los túmulos de las grandes emisarias. Laurisilva cruzó la gran avenida en el claro de Atheran y se dirigió hasta el altar. Depositó el medallón de las cuatro bestias, que le había entregado su hermana Inadaie en el Templo del cielo, y esperó la venida de un espíritu Kirin tal como le indicaron. Ante ella atravesando las filas de pretorianos el Kirin apareció de entre el follaje des bosque semejando a un albo caballo cubierto en su lomo con un manto de hojas y portando en sus dos cuernos sendos relicarios marcados con el símbolo del linaje Manwattara.

Antho los recogió y acto seguido los guardó prendidos entorno a un brazalete en una mochila bajo su capa. Luego le pareció ver de forma borrosa la imagen de una esfinge que se difuminó entre los ejércitos.



Al caer la tarde los “trepadores” bajaron de los árboles y Antho les saludo con gesto respetuoso. De entre ellos uno se adelantó y presentó sus respetos ante la princesa Laurisilva, aunque no gustaba que la refirieren en tal condición, y dejó caer su máscara descubriéndose como el famoso Akherum. Laurisilva le dio un abrazo y se quedó más tranquila al saberlo allí con ella. Tras él un segundo integrante también deshizo los correajes y el Manwattara Manu se mostró con rostro quieto y sereno como su nacada máscara, similar a las del Teatro Nô. Antho le entregó el pergamino y Akherum le guardó la capa junto a su equipo en su caballo.

Antho preguntó a las otras dos formas tras éstos que respondieron a sus cuestiones tan solo con este canto:

-”El llanto de guerrero porta su calavera”, “mientras su guardia levanta su estandarte orgullosa”.

Antho supo que oído esto que había cumplido la petición que le habían hecho en los salones de Exódeo. Sólo faltaba que los grifos le trajeran el encargo por el que los mandó hasta Laesencia. Esa noche se encendió una hoguera ante el templo sobre lajas de pizarra marcadas con los símbolos de cada unidad del ejército de las allí dispuestas y hechos los turnos descansaron las cinco horas que faltaban hasta la llegada del amanecer

La respuesta de Manu fue en reglón seguido a todo ello. Extrajo de su cargocinturón el biotubo que le entregara Alphonso. Antho se sorprendió, reconoció su contenido, aunque no dejaba de parecerle sorprendente. Una panacea aunque no absoluta en un pequeño bálsamo, apenas las dos gotas que decían contenían incluso el secreto de un universo. Tras Akherum y Manu, aún tres figuras “acechantes” eran las que no se habían desenmascarado. Ni siquiera las túnicas y caperuzas con que se cubrían habían sido levemente abiertas, como si los contuvieran. Silbidos en el aire susurraban en su entorno…

Este vórtice es uno más de los planos sesgados, musitaba una voz in crescendo, como saltando entre las copas de los árboles, apretada por el abrazo de la noche.

La mente de todos los presentes volaba dentro de sus cabezas alborotada, percibían el paisaje entorno a sí profundo, cargado en el aire y con sonidos en finas punzadas. Cada pulso, cada aliento del bosque parecía un inmenso pulso, como si la sagre alteraba invisibles venas bajo sus pies. Y rodeándolos el aura de un coro de esqueléticos monjes augures de las palabras que atisbaban.

Una delicada brisa de viento.

Una caricia que mecía las hojas frondosas y la melena de las bestias bajo el ancho cielo

Las alas infladas de las aves y predadores rapaces, orgullosos plumados en gloria.

Los colores resplandecientes de las alas de las mariposas, y el brillo de la sangre


Las dos gotas en un metalocanopo de la vida.

¡¡¡Shhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhh… shaaaad…….inoek!!!

La voz de los orochi, que acariciaba de nuevo el monte. Manu se agachó y puso un cuchillo de plata envuelto entre en dos montones de tierra a sus pies.
Los orochi acudieron ante él, portando las capas de sus padres terraos. Los legendarios mantos de hoja se contaba que los envolvían hasta en las rutas más largas. Protegían incluso a aquellos que eran amigos del pueblo de las serpientes aunque no los llevasen puestos, estuvieran en la abismal lejanía o los ecos no endulzaban sus oídos.

El designio de la Patrona del bosque era un impulso, un verdor entre el parduzco de la hoja o el eco de una rama retorcida. El paso de un coyote ante un templo soterrado por la sangre de la jungla.

El fuego masculló. Prendido de las hojas con que del bosque lo habían alimentado restalló en un buble de brasas. Las ramas se trenzaron, se alzaron desde el suelo sobre una forma tocada con un velo. Laurisilva, miraba atenta. Las tres figuras sacaron tres frutos de sus bolsas, redondos y carnosos en simil forma a melocotones, y deshicieron sus caperuzas. Dejaron caer su prendido en escamas que envolvían parte del cuello y cabeza, como la capucha de una cobra. Dos pétalos de loto coronaban sus frentes y aros de hierro sus cuellos y también sus orejas en trenzado de pendientes.

“LA CAZADORA”

Laurisilva dispuso su lanza cuando algo en el bosque la inquieto, el pulso se le aceleró, y su pecho calmó envuelto en turbación con fuerte expector. La hija del aonida alzó el filo de sus dos cuchillos y los lanzó con la ira de una saeta contra un árbol. Los marcó entorno a una transparente figura que los apartó de un fuerte guantazo de sí. La respuesta, sin esperar, fue hacia ella materializada en la figura de una guadaña de doble hoja como un falx.

Sin problemas lo esquivó, y tomando un mechó de su cabellera lanzón de entre su envoltura dos agujas que se duplicaron y acertaron rozando la mejilla…
No hubo más ruidos. Las tres figuras que habían estado quietas ante Manu reaccionaron, siendo la de la derecha la que cayó sobre la turbación de Laurisilva, a la que abatió de un doblez en el cuello y tajo en la base del cráneo. Hiriente, la figura cayó sobre la tierra sacudiendo el légamo fangoso, humus del suelo. Sobre la rama un espíritu zorro/kitsune aplaudió solemne y arrojó hacia la dama Laurisilva un tupido refresco ante la crispación que la había hecho presa para que se relajara, lo que ésta agradeció.

Las tres figuras que se enorgullecían de ser los traidores sephe amigos de Iaco ofrecieron sus manos y los cuatro se fundieron en un estrecho abrazo. Tras ello se presento como un clérigo kitsune y vendó las heridas que Laurisilva sentía arrastrar de una batalla anterior y no consintió en revelar antes. Tras ella la figura entre el fuego termino de corporeizarse en la serena presencia de Inadaie Dama de anhelos.

ABRAZÓ A SU HERMANA, BESÓ SU FRENTE Y SU ROSTRO.

El truco no era nuevo, los dulces de corazón los conocían y a ella se lo habían enseñado Rosharyo y Roushe, sobre todo cuando querían moverse rápido entre caminos si se estaba en armonía con la vida circundante.

Un conclave de dríadas que trenzaban las hojas, las coronas de los agrestes, las bestias de la pasión, las escamas del corazón-. El rostro de una cariátide en un árbol y el beso de absolución. Los sephe dejaron sus armas bendecidas sobre el suelo, también sus mantos. Pendieron los morrales sobre las ramas que cobijaban el pasto de los caballos sobre las que los habían atado por las bridas. Les removieron éstas y los dejaron galopar pues no gustaban de ver hermanos animales asidos.

Asfole, el caballo de la manada relinchó y acarició al sephe de suave y tersa piel. Esa noche todos reposaron como habían echo en la misma antes.

Manu contuvo la respiración, consignó el biotubo y lo entregó a las dos caballeras de la estirpe de Dalon. Akherum partió al segundo día sin más compañía que la escolta de una guardia de sus seis antes de confianza.

Una semana después estaban de vuelta en la ciudad de las cúpulas de Laesencia.

Roushe los esperaba ante las puertas de aldabas broncíneas de su forja principal en la ciudad, junto al parque de los pavos por ser estas aves de azulado y verde plumaje las de vida en este lugar. Junto a ella dos kirin de delicada presencia la guardaban dejando que el sol bronceara su delicado rostro. Sobre sus cabezas cuatro pegasos de la casa de Rosharyo sobrevolaban las cúpulas y sus imponentes campanas de bronce fundido.
Decían que era éste el metal de la nobleza, pero la del alma por cuanto se forjaba y modelaba la voluntad humilde artesano que es de atesorar de amores por sus oficios.

Los Kirin miraron serenos a los sephe y estos les respondieron con reverencia prendiendo lotos de sus crines, como era costumbre de los desleales de Amma para con los “ante”.

Karhu, el capitán sephe de la unidad rebelde besó a Laurisilva, y esta le correspondió en un bonito gesto. Ahora que parece que de momento reinaba la paz en este plano eran estos días de reposo y trabajo. Las forjas seguían constantes a sus ritmos establecidos según los convenidos que Roushe, señora de placados, había ejercido hasta cumplir con los compromisos en Exódeo.

Antho pensaba reflexivo. En el fondo de su cargocinturón a su espalda guardaba con el mejor de los cuidados las placas que Rosharyo le entregase. Las pasó a Inadaie que corrió hasta la cámara más interna del taller-forja, seguida por él a increíble velocidad de vuelo. Manu les acompañó a paso más quieto, mientras los demás subían a sus estancias. Les servían de refugio y cuartel de operaciones en la ciudad, dentro del propio complejo y las atendían los propios golem de Roushe.

TALLERES DE LA CATEDRAL

En serena calma en el fondo de la habitación reposaban un grupo de ocho soldados esqueleto, con sus armas junto a sí en el suelo. Estaban próximos a sepultores de los compañeros de cruzada en donde reposaban tras los cambios de guardia.

Cuando el grupo entró envainaron los puñales que tenían pendidos al cinto salvo uno que lo entregó a Laurisilva y se retiró hasta quedar tras de ella siguiéndola. A continuación se destacó de entre ellos uno envuelto en una capa, con jirones de un sobreveste y que portaba un cetro de ébano pulido. Era un prior de Ashen, un portador de espíritus que se encargaba de que las almas de sus protegidos no sufrieran dolor.

Aunque protegían perennemente, en este caso a él le habían pedido que forzara aún más su cometido. El prior que lo había considerado no había abandonado a sus amigos y ante la llamada de Inadaie había acudido presuroso. La propia le había proporcionado la escolta de propectores que le guardaba. Éstos guerreros esqueletos se decían emanaban de la transustanciación de recuerdos de las más justas gestas heroicas. Y siempre estaban cuando se los reclamaban por justa tarea. Cuando aparecen son señal de un gran honor para con quien lo deben, en el caso de la tarea la escolta del prior.

De entre los honorables guardianes esqueleto el capitán se destacó a la vez que guardaba la figura del clérigo, y se consignó humilde cuando éste empezó a hablar.

-La dama Roushe dijo que sabía como organizarlo todo, que te esperásemos a ti y a Shannen, Manwattara Manu.

Con magistral conciencia Manu tomó la palabra con su acostumbrada formalidad y mientras hablaba mostraba en sus manos el biotubo que Alpohonzos le diese. Lo entregó al clérigo y éste lo utilizó para impregnar un icono sagrado que fue puesto sobre el contenedor de metalocrystalo que cobijaba los restos de Iaco.

El rostro del clérigo se entornó oscuro cuando comenzó a observar que el ritual parecía no surtir efecto a pesar de su cuidado proceder.

Los otros cinco esqueletos alzaron la vista hacia su patriarca, sosteniendo su sacro relicario entre sus huesudas manos. Dos de ellos colocaron sus lanzas a los pies de Manu. En respuesta al gesto una figura en el entorno, expectante e invisible hasta ese momento, se materializó. Tomó la forma de una hermosa matriarca, de vaporoso vestido y capa al vuelo. La figura se dividió en otras tres entre jirones de un viento gélido pero suave, como un coro celestial, y con voz monocorde tras susurrar una plegaria beso el contenedor. Los ojos de Iaco se entreabrieron temerosos, como buscando a tientas entre la multitud.

Lo primero que alcanzó a ver fue al espectral clérigo amigo, que pareció esbozar un gesto sereno de alegría. Tras el los esqueléticos pretorianos guardaron posición de firmes, con sus espadas entre sus manos cogidas por el filo.

Antho se adelantó exclamando seguido por los sephe traidores cuando al llegar a la altura del clérigo éste los reconoció aún con los rostros bajo sus fuertes capuchas. Nada dijo, tampoco lo musitó, solo calló con un pausado suspiro del pulmón inexistente.
El primero de los sephe desenvainó una pequeña daga de entorno a 20 cms. Los esqueletos se alteraron tomando posición de batalla pero la mano firme el capitán negó.

De un solo corte, que silbó susurrante en el aire, sendas grietas pares a él aparecieron resquebrajando el contenedor hasta dejar los restos de Iaco suspendidos en el aire.

Iaco habló desde su maltrecha figura:

-Capitán, no te dije que no volvieras, que tu misión era más importante.

Shannen y el patriarca esqueleto pensaban…

-Hicímos como me indicásteis, que os dejáramos en el vórtice

-No importa ya pues cogí lo que buscaba, toma capitán la llave y reúne a estos guardianes con sus caballeros.

¡QUE SE ABRAN LAS TUMBAS AGGELOS!, exclamó el ministro de justicia apareciendo desde la puerta con su estricto porte. Una miríada de voces resonaron en la lejanía cuando en los jardines exteriores las losas cayeron.

La figura de Iaco cambió y entrono a sus órganos se hizo carne y hueso firmemente armados. Los cinco guardines le rodearon. Una corona de hiedra envolvió las frentes de Antho y Manu, sintiendo el aura de la dulce bendición.

Todos salieron a los imponentes jardines y Antho, en las escaleras, recibió con cariño en su brazo a su leal halcón posándose. Algo pareció susurrarle, algunos contaban que era un vínculo, como el de la diosa Athena con su lechuza en calidad de familiar o confesor. Un inquisitorial manto envolvió la figura de Antho y alcanzando el final de las escalinatas corrió hasta alcanzar a Laurisilva que lo esperaba.

Laurisilva asintiendo confirmó todo lo que Antho esperaba saber entorno a la situación.
Ésta narró además el encuentro con tres patrullas junto a Akherum y como las despacharon sin problemas. Elúltimo de los escamosos guerreros señaló que irían al asentamiento de “los del bosque”…

Antho no hizo ni le dijo más, salvo que pusiera a Rosario al corriente por cuanto le atañe. Lo asoció con las tres pugnas anteriores que él mismo habia mantenido también en días pasados. Las piezas empezaron a cuadrarle aún mas todavía con exacta contingencia y se calmó al encajar que todo parecía suceder como esperaba. Temía por los sephe traidores. Sabía lo malas que resultan para algunos las decisiones que otros toman libremente por arreglo a su conciencia y se juró protegerlos.

Con una mirada serena hacia ellos estos parecieron confirmarle que con él no temían.
Más la sospecha se confirmó, y cuatro asesinos sephe se descolgaron tras su sosegada espera de las rama de las quercíneas tan amorosamente cuidadas por la propia Inadaie.
Antho no tembló ni vaciló en el pulso y dos de ellos cayeron abatidos por sus venablos paralizantes. Laurisilva sometió a otro mediante un fuerte golpe en la cadera y al restante con uno de sus martillos arrojadizos.

Manu les advirtió sobre perturbar remansos de paz con intenciones hostiles, ellos sin más remedio entre la ventaja numérica, el juego de fuerzas y restantes factores quedaron quietos. El tercero intentó en vano darse muerte frenándolo el clérigo esqueleto.

Ratificaron la situación entorno a un nutrido grupo sobre treinta caballeros esqueleto, los grandes guardianes que habían escuchado la llamada de su matriarca espiritual.
Presentaron sus respetos hacia Roushe, Rosario y por supuesto el clérigo, que era su patriarca.

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